Por Jaime Morales
Especialista en innovación y productividad
Centro de Ciencia y Tecnología de Antioquia
Entiendo por competitividad la capacidad de una organización pública o privada, lucrativa o no, de mantener sistemáticamente “ventajas comparativas” que le permitan alcanzar, sostener y mejorar una determinada posición en su entorno socioeconómico. Las “ventajas comparativas” a las que me estoy refiriendo, tienen que ver con su habilidad para generar valor, la formación y el crecimiento de su componente humano, el desempeño de sus procesos internos y el conocimiento de sus clientes. Atributos de los que dispone o los mismos de los que carecen sus competidores o que tienen en menor medida, que hace posible la obtención de unos rendimientos superiores a los de ellos.
Dicho de otra forma, la competitividad tiene incidencia directa en la manera de plantear, desarrollar y verificar cualquier iniciativa de mejora, lo que está provocando obviamente una evolución en el modelo de pensar como empresa o empresario.
En el entorno actual, caracterizado por una gran oferta de opiniones, es fácil encontrar algunos conceptos que pretenden ser novedosos y otros que, siendo conocidos, han sido rebautizados intentando cambiar el enfoque de las herramientas Lean. Algunos intelectuales dicen que nuestras empresas sufren de “estrés competitivo”. Permítanme ser un poco agresivo con estas palabras, pero tales términos, o más bien enfermedades “hipocondriacas”, no existen a nivel de productividad.
Podemos más bien decir: nuestras empresas están sufriendo de parálisis por el exceso de análisis. El concepto de competitividad nos hace pensar permanentemente en la idea de excelencia, es decir, “hoy mejor que ayer, mañana mejor que hoy”. Además, el uso de estos conceptos supone una continua orientación hacia una actitud estratégica para empresas grandes, pequeñas, las de reciente creación o en las maduras y, en general, en cualquier clase de modelo de negocio, sea de manufactura o de servicios.
Las empresas que han sido formadas y acompañadas con base en la filosofía Kaizen, bajo la metodología M.A.S.P, desde 2012 ríen maliciosamente y convienen en decir que se necesita de nuevas estrategias operativas propuestas desde el mejoramiento continuo. A renglón seguido argumentan que, ante un proceso de cambio, no es igual la resistencia a la que debe enfrentarse una industria sometida a estrictas normas y regulaciones que las que puede experimentar una empresa de manufactura acostumbrada a modificar sus procesos de cabo a rabo cada vez que se lanza un nuevo producto.
También coinciden en afirmar que a la hora de decidir sobre qué herramienta implementar al interior de su organización, la Dirección desvía el foco de atención y hace hincapié en conocer el funcionamiento de algunas de las herramientas, mientras que muestra una preocupación de cuánto tiempo deberá dedicar su personal a actividades de mejora, por no citar aquellos casos cuya mayor preocupación es el significado de ciertas palabras que aparecen en la literatura Lean sin traducir del japonés.
Por sorprendente que parezca, después de más de 10 años trabajando en procesos de transformación, me doy cuenta de que son muy pocos los altos directivos que plantean abiertamente sus inquietudes sobre el impacto de la nueva iniciativa de mejora en lo que concierne a su propio trabajo.
Ahora, ¿qué tienen de especial las empresas de clase mundial? Las que denomino así son las que tienen una “personalidad definida” que les permite evolucionar con armonía. Saben muy bien quiénes son y de dónde vienen. Comprenden cómo encajan en este mundo, valoran las personas y las nuevas ideas. Además, saben ahorrar su dinero de forma que les permite gobernar su futuro. Estos rasgos de personalidad empresarial se ponen de manifiesto en una serie de conductas esquematizadas que permiten constantemente renovar la empresa a lo largo de varias generaciones.
Colombia necesita diversificar aún más su base exportadora, desarrollar el recurso humano avanzado, superar sus deficiencias de infraestructura y mejorar sus condiciones internas para atraer inversión extranjera directa. Pero quizá lo más importante será el desarrollo de una actitud más agresiva hacia el aprendizaje y la modernización institucional. Disponer de personas con talento y utilizar sus conocimientos para innovar y crear así valor para el cliente, es la premisa clave para seguir siendo
Lograrlo pasa por implicar al sector en la cultura innovadora. Se trata de cambiar la forma de pensar y la actitud ante el negocio y hacerlo desde la cúpula directiva. Si logramos esa implicación, estaremos capacitados para atraer talento. La gente se acercará al sector para trabajar en él, los que están crecerán profesionalmente y, si tenemos talento, mejoraremos los procesos. Eso, a su vez, nos llevará a colaborar y, a través de la colaboración, lograremos los objetivos.